Con deseos de disfrutar de una tarde ociosa, salí
a contemplar la naturaleza apagada típica del otoño. Lejos de la ruidosa y
vacua ciudad, me limité a pasear en silencio y ampliar mis sentidos. Esa tarde
escuché lo que apenas oigo y contemplé lo que habitualmente no me detengo a
vislumbrar. Sentí lo que por costumbre toco y descubrí lo que de
mágico tienen las cosas más comunes. Abrí de par en par las ventanas del alma y
el mundo se presentó de forma diferente. La naturaleza encierra un secreto para
el que la quiera escuchar.
Deslumbrado por la belleza de la natura la
intuición dormida despertó y contemplando un castaño escuché el susurro de sus
hojas. Acercándome a él sentí aún más su reclamo y sentándome a sus pies me
recosté. Cerré los ojos y sin abandonar la vigilia me vi dominado por
intuiciones que sobrepasan los conceptos e imágenes preñadas de recuerdos de
algún tiempo que no recuerdo.
Entonces me vi a mí, un ser insignificante
comparado con la ingente cantidad de hombres que a lo largo de la historia Gea
ha dado cobijo. Observé también cómo el dia de mi natalicio las Moiras
escogían, hilaban y cortaban el hijo de mi vida a su voluntad. ¡Qué descanso
para la vida práctica saber que mi vida estaba ya hilada de acuerdo a una
voluntad externa! Mis faltas no serían sino pasos necesarios que un arbitrio
había escrito en el libro de la historia. Entonces observé lo que tan
acomplejado me tenía en mi juventud, a saber, que la hermosa Calíope, musa de
la elocuencia, había estado ausente en mi natalicio. ¡Pobre de mí, que mis labios
no se viesen embaucados por la inspiración de la que los poetas gozan!, ¡Pobre
de mí, que mis anhelos más profundos se viesen truncados por su ausencia! ¿Qué
hice yo para que ese día no me proporcionases con tu presencia tu mayor
ofrenda? Entonces advertí que el destino que se nos brinda difiere del que
nosotros añoramos, y que éste no es sino el anhelo que nos sirve de motor para
llegar a aquel.
Aquella tarde comprendí que el Universo está en
continuo movimiento y que, como los engranajes de un complejo reloj, debía
esperar con calma porque sin lugar a la más mínima de las dudas éste marcaría
la hora en el preciso momento en que debiera darla.
Aleph
Aleph
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