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12 nov 2012


Con deseos de disfrutar de una tarde ociosa, salí a contemplar la naturaleza apagada típica del otoño. Lejos de la ruidosa y vacua ciudad, me limité a pasear en silencio y ampliar mis sentidos. Esa tarde escuché lo que apenas oigo y contemplé lo que habitualmente no me detengo a vislumbrar. Sentí lo que por costumbre toco y descubrí lo que de mágico tienen las cosas más comunes. Abrí de par en par las ventanas del alma y el mundo se presentó de forma diferente. La naturaleza encierra un secreto para el que la quiera escuchar. 

Deslumbrado por la belleza de la natura la intuición dormida despertó y contemplando un castaño escuché el susurro de sus hojas. Acercándome a él sentí aún más su reclamo y sentándome a sus pies me recosté. Cerré los ojos y sin abandonar la vigilia me vi dominado por intuiciones que sobrepasan los conceptos e imágenes preñadas de recuerdos de algún tiempo que no recuerdo. 

Entonces me vi a mí, un ser insignificante comparado con la ingente cantidad de hombres que a lo largo de la historia Gea ha dado cobijo. Observé también cómo el dia de mi natalicio las Moiras escogían, hilaban y cortaban el hijo de mi vida a su voluntad. ¡Qué descanso para la vida práctica saber que mi vida estaba ya hilada de acuerdo a una voluntad externa! Mis faltas no serían sino pasos necesarios que un arbitrio había escrito en el libro de la historia. Entonces observé lo que tan acomplejado me tenía en mi juventud, a saber, que la hermosa Calíope, musa de la elocuencia, había estado ausente en mi natalicio. ¡Pobre de mí, que mis labios no se viesen embaucados por la inspiración de la que los poetas gozan!, ¡Pobre de mí, que mis anhelos más profundos se viesen truncados por su ausencia! ¿Qué hice yo para que ese día no me proporcionases con tu presencia tu mayor ofrenda? Entonces advertí que el destino que se nos brinda difiere del que nosotros añoramos, y que éste no es sino el anhelo que nos sirve de motor para llegar a aquel. 

Aquella tarde comprendí que el Universo está en continuo movimiento y que, como los engranajes de un complejo reloj, debía esperar con calma porque sin lugar a la más mínima de las dudas éste marcaría la hora en el preciso momento en que debiera darla.

Aleph 

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